Existen varias alternativas para comer que dependen principalmente del presupuesto. Desde algo ‘empaquetado’ en algún puesto ambulante, una comida en alguna de las múltiples cafeterías de las distintas facultades, o bien hacerlo en la única oferta de comida -llamémosle ‘gourmet’- que existe en el campus que es: el restaurant/cafetería Azul y Oro.
Según tengo entendido nació a partir del Chef de cierto ex-rector y su primera sede sustituyó la cafetería que se encontraba en el centro cultural, que según distintas versiones era mantenida en un muy triste estado, posteriormente dado el éxito de esta primera sede, una segunda fue inaugurada el año pasado en la planta baja de la torre de Ingeniería, mucho más cerca del casco viejo de nuestra universidad declarado patrimonio de la humanidad. Ofrecía platillos variados, con un sabor distinto, lo cual -probablemente- provocó que aparecieran múltiples reseñas en diaros y revistas especializadas, positivas en su mayoría en torno al establecimiento. Casi todas ellas mostrando al Chef sonriente, muy al estilo del buen Auguste.
Ahora bien, será preciso tomar en cuenta que este documento es escrito por alguien que no ha estudiado ‘alta cocina’, pero que también solía ser un comensal habitual de dicho lugar, que visitábamos al menos dos o tres veces por mes en cualquiera de sus dos sedes. Eso claro, hasta el día de ayer por que es bien sabido, todo tiene que terminar de algún modo. Pero también trata de ser una suerte de crítica y crónica más cercana a la realidad cotidiana y que hemos experimentado, lejos de los panegíricos que emprobrecen la crítica.
Aunque nunca disfrutamos del todo el ambiente con poca ventilación y poco iluminado de la vieja sede, resultaba siempre agradable comer con la vista a la sala Nezahualcóyotl y la vegetación del centro cultural, casi obligaba una caminata posterior a la comida. El mejor pay de manzana que he probado era ahí servido, con almendras y helado de vainilla. Era delicioso, y es que el postre suele ser una pieza fundamental, es el acorde final de una gran canción o novela. A menudo lo visitábamos con amigos, familiares y colegas de trabajo. Y cualquier situación adversa era recompensada por el sabor de aquel pay.
Así es, misma situación coincidía con una notoria ‘alza’ de precios que se vió reflejada en las enchiladas verdes (y casi todo el menú, claro) que -si no mal recuerdo- antes tenían un costo de $45 y hoy cuestan casi: $72 -si no mal recuerdo-. Habían subido los precios y descontinuado los dos mejores postres.
Hemos vuelto varias veces esporádicamente desde aquella ocasión, pero rara vez se ordena postre en la mesa. Han sucedido cosas negativas como cuando la cuenta tardó tanto en llegar que tuve que pagar personalmente en la caja; u otra ocasión en que el consumo de 4 personas por alguna regla ‘no escrita’ se incluía la propina automáticamente en la cuenta, sin ser mencionado ( cuya situación propiciaba un posible descuido y dejar adicionalmente otra cantidad para la propina), [ sepa el lector extranjero, que en México a diferencia de otros países, la propina es una cuota de carácter voluntario]. También sucedieron cosas positivas como haber descubierto un ‘tamal de frijol’ como entrada o una buena agua de melón con nuez.
Pero en general habiendo visitado tantas veces dicho lugar, podría llegar a la conclusión de que es una cuestión de suerte, puede suceder que sea un buen día, no acudan tantos comensales y la atención recibida sea estupenda o bien, algún otro que tarden más de media hora en traer la cuenta. Y lo mismo con los platillos, unos ravioles podrían estar formidables cierto día y al siguiente encontrarse con una porción absurdamente pequeña en el plato o bien la ausencia de dicho platillo. Es totalmente inestable, situación que para un lugar cuya comida consista en mínimo quince dólares por persona me parece no aceptable ¿alguien podría comparar lo que uno recibiría por la misma cantidad en Santa Mónica o en la Rue des Chateaux?
Pero ya sabemos que es un aspecto cultural, nadie protestará, las cosas seguirán del mismo modo, la gente seguirá pagando unas cuotas altas pretendiendo que come en un lugar de ‘alta cocina’ mientras el supuesto lugar de ‘alta cocina’ sigue pretendiendo serlo aunque en el fondo sepa que es mentira. ¡Viva!
Aún así acudíamos de vez en vez -con un intervalo de tiempo mayor entre cada ocasión – hasta el día de hoy. Ayer un viejo amigo visitaba la ciudad y decidí invitarle a comer a la vieja sede del Azul y Oro. Hacía un buen día, eran ya casi las cuatro de la tarde cuando nos acercamos a la zona ‘al aire libre’ del lugar (sepa el lector, que el Azul y Oro en su primera sede, cuenta con dos zonas: una -un tanto claustrofóbica- cubierta y otra al aire libre junto a un cuerpo de agua que sirve como espejo y fuente -que constituye también un personaje fundamental en el espacio cultural-). Eramos dos personas, y todas las mesas de dos personas estaban ocupadas, no obstante había unas cuatro o cinco mesas para seis personas desocupadas. Siendo un habitual cliente de dicho lugar, sabía bien que era raro que dichas mesas fueran ocupadas ya después de esa hora.
Dicho tono fue suficiente para sugerir que no era necesario discutir con él. Mi amigo y yo, un tanto disgustados procedimos a la sección superior. Misma que se encontraba con un treinta por ciento de su ocupación habitual, pero que aún así nos hizo esperar veinte minutos para tomar nuestra orden. El servicio fue no sólo descortés sino lento. La comida no fue extraordinaria y la experiencia de visita muy pobre.
Mientras nos alejábamos, giré mi vista para observar la zona ‘abierta’ y no con mucha sorpresa descubrí las mismas mesas que habíamos encontrado vacías al llegar, permanecían igual.
Así entonces decidimos escribir este texto. Y aunque no he sido partidario de la migración del espacio público de las viejas ciudades a los centros comerciales, nos encontrábamos a diez minutos de Perisur (un mall importante al sur de la Ciudad) con muchas ofertas de comida, como por ejemplo el restaurant Crepes & Waffles que (aunque tampoco es tan feliz su condición espacial) nos habría ofrecido unas ricas crepas o un buen helado con aire colombiano que habría resultado en una primera instancia, mucho más barato que lo que terminamos pagando, en una segunda instancia, con mucha mayor satisfacción y en una tercera instancia nos habrían dado al final, un formulario de ‘opinión sobre el lugar’. Digamos entonces, que lo cualitativo de nuestra experiencia en ese momento hubiera sido naturalmente diferente.
Es una pena estimado lector, tener que recomendarle sitios externos a los que podrían existir al interior de nuestra muy querida universidad. De este modo si usted me pregunta, le recomendaría ir a Crepes & Waffles ubicado en el segundo nivel del centro comercial Perisur, o las múltiples y ricas alternativas que el Centro de Coyoacán ofrece (a cinco minutos del campus) que además se complementa con una experiencia espacial bastante enriquecedora, distinta. El Azul y Oro de la UNAM podrá llegar a sorprenderle, pero las más de las veces quedará usted no satisfecho y a lo lejos con un sabor de lamento, nostalgia y tristeza en el paladar.
1 comentario:
Excelente receta.
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